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«El arte es un producto farmacéutico para imbéciles.»
Francis Picabia

Cuando pensamos en escribir este blog, tuvimos en mente la imagen de un escritor. Este, luego de redactar veinte caras, descubre que su novela no tiene sentido, que es muy mainstream, que es sexista, que no tiene gracia y que su lenguaje es pobre. Entonces, procede a quemar el machote, luego se  sienta en una esquina y se pone a pensar... Creímos que quizá este, al igual que muchos jóvenes peruanos, tendría una conocida sensación en la garganta. Un sentimiento confuso, doloroso, serpenteante como un ciempiés, que recorre el estómago y se vuelve universal, uno que nos envuelve a todos, un sentimiento transgeneracional alimentado de las intersecciones sociales, sentimentales y demás; hablo de la frustración.

Deberíamos escribir, le dije a mi compañero en un conocido café burgués limeño, sobre la ciudad. Me preguntó asustado: ¿para quienes? Y le respondí enfáticamente: para los frustrados, es decir, los jóvenes, las mujeres, los viejos, todos.

 Entonces, volvemos al inicio. Pensamos en la imagen de un escritor, pero también escribimos para el joven teórico que termina la universidad y no sabe cómo trabajar en el mundo real; para el ingenuo postulante a un trabajo de medio tiempo en algún call center que decide hablarle sobre Elíade a uno de sus compradores. Escribimos para el joven que postuló a literatura para escribir En busca del tiempo perdido second time y en el tercer ciclo de la carrera se dio cuenta de que no podía y se echó a llorar en medio de la patio de letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y maldijo y maldijo y probablemente siga maldiciendo. Escribimos para el joven estudiante de antropología de la Universidad Católica, que en un trabajo de campo perdió 500 soles y no le quedó de otra que ponerse a vender sus libros de Mitológicas I y II. Escribimos también para la joven estudiante de comunicación social de la Universidad Federico Villarreal, la que vivió como heterosexual durante 19 años y un buen día de dio cuenta de que le gustaban otras cosas; para la que decidió asumir su bisexualidad y le gritaron leca, tortillera y tijeretera. Escribimos para el estudiante de audiovisuales, que grabó cinco cortos subversivos en tres noches y, al terminar de editarlos, descubrió que no podrían cambiar nada, que ya no había remedio. Escribimos para las jóvenes de literatura que se creyeron poetas, las que se desnudaron y al hacerlo, descubrieron que preferían tener orgasmos antes que escribir poesía y lloraron, y lloraron. Escribimos para las feministas, que despiertan con esperanzas todos los días y terminan con la garganta ronca al escuchar al policía del barrio diciéndoles que tienen un buen culo. Escribimos para el egresado sin chamba, para el estudiante progre, para los animalistas, para los veganos, para los que prefieren leer un libro de Henry James a quedarse una tarde viendo Combate. Escribimos para los verdaderos frustrados. Escribimos para ti.

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